La persona con fuerza de voluntad:
– No actúa impulsivamente. Deja que transcurra un cierto lapso de tiempo entre la concepción del acto y el acto en sí mismo, pero evita los retrasos inútiles. No es atolondrado, ni impulsivo, ni titubeante, ni indeciso.
– No teme las situaciones imprevistas o difíciles en los cuales debe tomarse una decisión rápida. Posee iniciativa y es emprendedor. Una vez que ha tomado una decisión la mantiene y no la modifica a menos que tenga un motivo serio.
– Se dirige directo a la meta, con constancia y perseverancia.
Los hombres voluntariosos y perseverantes han sido los encargados de cambiar la faz del mundo, de aliviar el sufrimiento, …etc
El primer objetivo que debe alcanzarse es la educación personal de la voluntad, contenerse, dominar los gestos y las emociones. Cuando se obtiene un equilibrio físico y psiquico es una ventaja incomparable, juegas con las fichas marcadas.
Recriminar, quejarse, justificarse con la mala suerte y evocar las dificultades pasadas provocan un estado físico débil y una inadecuada preparación para el esfuerzo. Esta actitud es aún más deplorable si se exterioriza nuestra amargura, pues aquellos que escuchan con simpatía, posiblemente lo hacen con indiferencia o por educación que a la larga puede transformarse en un sentimiento hostil.
Los críticos que abundan no deben irritar, ni deteneros. Permite conocer los defectos, las debilidades, las imperfecciones. Si son malintencionadas, se les opondrá con indiferencia.
Si se es víctima de críticas o de maniobras injustas no se deje invadir por la cólera, es una debilidad. La suavidad es fruto del hombre que, en cualquier circunstancia, conserva el control y el dominio de sí mismo.