Un discípulo acudió a un maestro zen «Tsukahara Baduken» para que le enseñara el arte de la esgrima, acudió al maestro que estaba retirado en su cabaña en la montaña. El maestro estuvo de acuerdo en emprender la tarea. El pupilo debió ayudarle a recoger astillas, traer agua de la fuente cercana, partir leña, cocinar arroz, y en general ocuparse del trabajo duro de mantenimiento de la cabaña.
No había ninguna enseñanza metódica o técnica relativa particularmente a la esgrima. Pasado algún tiempo, el joven se sintió insatisfecho, pues no había ido allí a trabajar como sirviente del viejo maestro, sino a aprender el arte de la esgrima. Así que un día se acercó al maestro y le pidió que le enseñara. El maestro estuvo de acuerdo sin poner ningún problema, al discípulo le extrañó que fuera tan fácil.
El resultado fue que el joven ya no podía hacer ningún trabajo con un mínimo sentimiento de seguridad. Pues cuando empezaba a cocinar el arroz, el maestro aparecía y le golpeaba por detrás con un palo, así con cualquier actividad. Su mente no conocía un momento de sosiego, pues tenía que estar siempre en el que vive. Pasaron algunos años antes de que pudiera esquivar con éxito el golpe desde cualquier parte por donde le pudiera llegar. Pero el maestro aún no estaba contento con él.
Un día el maestro estaba cocinando sus verduras en una hoguera. El pupilo pensó que era su oportunidad y quiso aprovecharla. Levantando su palo, lo dejó caer sobre la cabeza del maestro, que se inclinaba en ese momento sobre la cazuela para remover su contenido. Pero el bastón del discípulo fue detenido por el maestro con la tapa de la cazuela. Esto abrió la mente del discípulo a los secretos del arte que habían estado separados de él y a los que había sido extraño durante tanto tiempo. El discípulo, entonces, apreció por primera vez la incomparable amabilidad del maestro.
El secreto del perfecto esgrimista consiste en crear un cierto marco o estructura mental que esté siempre dispuesto a una respuesta instantánea, es decir, inmediata a lo que viene desde fuera. Aunque la enseñanza técnica es de una gran importancia, es después de todo algo añadido y adquirido de forma artificial, consciente y calculada. A menos que la mente que se vale de la destreza técnica sintonice de algún modo con un estado de máxima fluidez o movilidad, cualquier cosa adquirida o sobreañadida carecerá de la espontaneidad del crecimiento natural. Este estado prevalece cuando la mente se despierta hacia un satori. Lo que el maestro pretendía era que el discípulo llegara a comprender esto. No es algo que se pueda enseñar por ningún sistema específico, debe crecer desde el interior.
El maestro le indicó: «cuando quieras ver, ve inmediatamente. Tan pronto como te quedes atrás, es decir, tan pronto como la interpretación intelectual aparezca, todo sale mal. La puerta de la experiencia de la iluminación se abre por si misma cuando se llega finalmente al punto en el que la intelectualización muere.